jueves, 2 de abril de 2020

Historias de vecinas voluntarias. III

Hoy 2 de abril salgo a la calle para ir a la farmacia. Una mujer que no conozco de nada necesita algunas cosas, lo sé porque me ha escrito un chico que tampoco conozco de nada. Lo único que sé es que estas dos personas son vecinas de Lavapiés, y que el chico/hombre/ni idea de la edad está en el grupo de Cuidados Madrid Centro. Ha escrito en la Comisión de Farmacia de dicho grupo. La vecina en cuestión está a dos calles de mí casa, así que me ofrezco en seguida. C. me cuenta que vive en su escalera, que estaba haciéndole él la compra, pero no puede porque está aislado ahora. Le digo que me encargo, que no se preocupe. No sé que relación tienen, pero me da las gracias cómo si estuviera hablando de su abuela, más que de su vecina. Llamo a las farmacias primero, porque en algunas no hay termómetros. Efectivamente en la primera no hay, en la segunda tengo más suerte, me dice que sí hay y le pido que me guarde uno, me aseguro de que podré comprar medicina de otra persona con el número de su tarjeta sanitaria, que previamente me ha dado Carlos. Me confirma que sí, y allá que me voy. Agradezco los minutos de espera en la cola de la farmacia. Por fin ha vuelto el sol, después de estos días tan oscuros y fríos que hacen aún más difícil está situación ya de por sí bastante jodida. Me da la sensación que el ánimo de la gente que va por la calle es diferente al de días previos, pero tal vez es una proyección de mi propia gratitud ante el cálido día de primavera que parece casi un milagro.
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Foto de Noe
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En la farmacia me atiende muy amable la misma persona con la que he hablado por teléfono, me da la medicina. Tienen gel hidroalcohólico, yo lo compro aunque no sé si porque de verdad lo necesito o porque parece una oportunidad que no hay que dejar pasar. Es curiosa la sensación de inquietud que genera la escasez de ciertos productos a los que hace menos de un mes no habíamos prestado nada de atención.
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Por fin voy a casa de P., me recibe muy amable en la puerta de su casa. Las dos mantenemos la distancia. Me explica que el billete con el que paga el importe de la compra está sacado del banco en Enero, antes de la pandemia, con un gesto de cuidado hacía mí. Este gesto sin embargo, visibiliza cómo una cosa aún tan necesaria y codiciada como es el dinero tiene ahora, a la vez, este estigma de algo sucio y contaminante. Y recuerdo al comerciante que tenía un sistema para dar calor a las monedas, para “purificarlas” de alguna forma. P. se niega a que le devuelva el cambio del importe de la compra. Yo no le insisto mucho porque entiendo que es su manera de dar las gracias, porque me siento un poco como si mi abuela me estuviera dando “la propina” y (hace mucho tiempo que ya no tengo abuelas que me den propina) y porque también yo veo la posibilidad del contagio a través de una moneda, y es lo último que quiero.
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Charlo un poco con P. en el pasillo sobre como se encuentra, sobre las farmacias del barrio y poco más, pero este contacto humano tan frágil resulta muy valioso en estos momentos, estoy segura de que para ella tanto como para mí. Me da las gracias y se alegra de que haya gente buena en el mundo. Nos despedimos y me dice que si sale de esta, que cuente con ella para lo que sea. Le digo que por supuesto que va a salir. Y vuelvo a la calle, a disfrutar de la luz en los escasos minutos que tardo en volver a casa. Tengo la tentación de dar un rodeo para volver a casa, pero no lo hago. Cuando paso por el patio demorándome para aprovechar hasta el último instante, un vecino habla con otra vecina que está en su ventana. Hablan de lo difícil que va a ser la vuelta económicamente, el vecino tenía un restaurante de comida china y no piensa que vaya a salir adelante. Y hablan del protagonista sin duda del día de hoy. La vuelta del sol. Para cuándo termino de escribir esto ya se ha nublado otra vez, pero yo tengo esperanza de que hoy o mañana vuelva a brillar el sol. Y también espero que toda la gente buena que estamos sosteniendo esta situación como podemos, sigamos sosteniéndonos mutuamente cuando acabe el confinamiento, porque para mucha gente ese momento no será, en absoluto, el fin de las dificultades.
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Amaya

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